Mala época la que estamos pasando, muy mala. Mi
esposo, me exhorta de continuo, a permanecer fuerte. Dice, que me
necesita para no decaer y seguir luchando. Que pronto llegarán
tiempos mejores. Confieso, que cuesta mucho no demostrar lo que
siento.
A los 36 años, con dos hermosos hijos, de 6 años
la nena y 4 el varón, todo luce muy turbio. Creerán que peco de
vanidad, pero realmente soy muy atractiva. Y simpática, además. Me
resulta fácil, caer bien, llegar a la gente, especialmente, a los
hombres mayores, aunque nunca supe por qué a ellos. No me demandó
demasiado esfuerzo mantener mi cuerpo. Siempre fui de talla media,
busto acorde a mis medidas, marcada cintura y una cola muy llamativa,
pues es grandecita.
Tengo cabello negro ondulado y largo. Lo llevo,
pasando los hombros, con un rebelde flequillo, que cae sobre mi
frente, obligándome a acomodarlo. Este detalle, armoniza con mi tez
trigueña y ojos azules, dándome un toque pícaro, como dicen, tiene
mi mirada. Alberto, mi marido, tiene 48 años. No es de extrañar.
Todos mis novios, me llevaron 5 años o más. Como dije, siempre
atraje a hombres mayores. Tal vez, obedezca a mi propia necesidad de
protección. Perdí a mi padre cuando tenía 5 años y con mi madre
trabajando, crecí muy sola. Como dije, la situación económica y
todo lo que conlleva, está muy mal. Hace un año, Alberto perdió su
empleo y aún no consigue nada.
Vivimos de la indemnización, pero se estaba
acabando y …nada. Por mi parte, contra la voluntad de mi marido,
que desea me dedique a los chicos, intenté obtener ocupación, sin
éxito alguno, por mi falta de capacitación. Adeudamos ya, dos meses
de alquiler. Pero eso sería lo de menos. Don Braulio, el viejo
baboso, dueño de la casa donde vivimos, pregunta diariamente, cuando
le vamos a pagar. Siempre, me encara con esa mirada libidinosa,
inmunda que lo caracteriza. Tiene 63 años, pelado, con cabello a los
costados, gordo, sucio, pero con dinero. Aunque el dinero, suele
hacer ver a las personas de otra manera, lo veo tal cual es, una
basura que me tiene ganas.
Vive solo, en una casa inmensa, contigua a la
nuestra Una vieja, le hace la limpieza, tres veces por semana. La
ventana de su comedor, se enfrenta a la de nuestro dormitorio,
terreno por medio. Carezco de intimidad. Debo tener bajas las
persianas, porque está siempre allí, esperando verme en ropa
interior. A propósito, me llaman Betty y lo que paso a relatar,
acaba de ocurrir, en un día como tantos, cuando mi marido salió con
los clasificados, previamente marcados como posibles empleos, los
chicos fueron al colegio y yo, me disponía a limpiar la casa.
Como de costumbre, sonó el timbre. Ya sabía que
era Don Braulio. Maldije por lo bajo, puse mi mejor cara y abrí. No
esperó que lo invitara, se metió y tomó asiento. Dijo que teníamos
que hablar seriamente. Me puse cómoda, dispuesta a escuchar un nuevo
reclamo de pago. Para mi sorpresa, pareció rudo pero, a la par,
comprensivo. Señaló muy acertadamente, que la situación no parecía
dar para más. Que se juntaba una nueva cuota y mi marido continuaba
sin trabajo igual que yo y teníamos dos críos que alimentar. En un
intento por sacarlo de encima, le dije que no había querido
molestarlos, pero acudiría a mis padres, para saldar la cuenta con
él. Como si nada hubiese dicho, continuó parloteando, hasta que por
fin, dijo tener un amigo que podía darle trabajo a Alberto. Que se
trataba de una comisión en el interior, por tres meses. Estaríamos
separados, pero ganaría buen dinero. La única condición era, que
saldara lo adeudado y le adelantara algunos meses. Íntimamente,
pensé, el viejo no era tan malo como suponía y experimenté una
mezcla de alivio y alegría. Nada sugería, lo que estaba por llegar.
Ocultando mi estado, prometí que esa noche, se lo diría a mi
marido. Se fue, mirándome como lobo al corderito, pero estaba
demasiado alegre, como para percatarme de ello.
Esa noche, tras acostar a los chicos, comenté a
Alberto lo del viejo. Nos costaba separarnos, pero al fin, ambos
estuvimos de acuerdo en que, por fin, empezaba a cambiar la suerte.
Llegó el día de la partida. Disimulé mi pena, estimulándolo
Quedamos, en que llamaría cada tres días para no gastar mucho y me
daría el teléfono de su destino, ante cualquier emergencia. La
noche siguiente, mientras daba de cenar a los niños, sonó el
timbre. Era el viejo. Lo atendí enseguida. Después de todo, gracias
a él, todo había cambiado. Estaba como desencajado, sus ralos
cabellos despeinados y los ojos enrojecidos. Era evidente que estaba
pasado de copas. Como de costumbre, no aguardó a ser invitado. Hasta
se sirvió una copa de vino. Con tono imperativo, me dijo que tenía
que hablar a solas conmigo y que acostara cuanto antes a los chicos.
Su lasciva mirada y su estado, me congelaron la sangre. De todos
modos, hice lo que me pedía para preservar a los niños de cualquier
escena violenta o desagradable. Al regresar del cuarto de mis hijos,
lo hallé cómodamente sentado en el sillón de tres cuerpos. Seguía
bebiendo. Al verme llegar, se incorporó, dejó el vaso a un lado y
antes que pudiera reaccionar, me estaba apretujando contra él. Viejo
hijo de puta pensé, ahora resulta todo claro. Tanta aparente bondad,
cuando con seguridad, tenía todo bien planeado desde un principio.
Suavemente, por temor a represalias con mi marido, me retiré un poco
y dije:
– Don Braulio, ojala me entienda. Amo a mi marido
y vivo para mi familia. Es lindo para una mujer, que la cortejen,
pero yo no soy de esa clase. Si el problema es el dinero, puedo
acudir a mis padres, para que me den un adelanto.
El viejo se transformó. Me infundió miedo, mucho
miedo. Jalándome de nuevo hacia él, con ojos desorbitados,
respondió:
– La que parece no entender, sos vos. Me masturbo
todas las noches, recordándote en tanguita, o cambiándote, frente a
la ventana. Me tenés loco y me decís que no sos “de esas”. De
cuáles? Porque también yo puedo ser distinto. Mientras esto decía,
me apretaba más por el contorno de la cintura, contra su abominable
abdomen. Me empezó a hablar al oído. Susurrando, pero en tono
claramente amenazante, me recordó que no tenía más que llamar a su
amigo, para que mi esposo regresara, precisamente, cuando se pensaba
contratarlo en forma definitiva, para no hablar del desalojo
inminente.
Luego, mirándome a los ojos, agregó:
- Me van a tener que pagar, hasta el último centavo
de intereses. Todavía querés hablar con tus padres?
Rompí en llanto. Estaba mareada, temblorosa. Como
en una película, me vi con mi marido e hijos, en la calle. No
soportaríamos tanta desgracia y....todo dependía de mi.
En un intento desesperado por hacer tiempo y pensar,
dije:
-Está bien Don Braulio, será como usted diga pero,
por favor, hoy no. Estoy quebrada, no podría corresponderle en
absoluto. Lloré convulsivamente, para dar mayor peso a mis palabras.
No dio resultado. Al contrario, lo exasperé aún más.
Me miró con ironía y replicó:
– Así no querida. No creo en lágrimas de mujer y
menos las tuyas. Ahora estoy muy enojado y vas a tener que
suplicarme. Pero no de rodillas. Tendrás que calentarme bien y
entonces veré que decido. Mientras así me hablaba, acariciaba mis
nalgas por debajo de la pollera, metiendo los dedos por el borde de
mi bombachita.
La sola idea me provocaba arcadas. Estaba asqueada,
no sabía que pretendía ahora. Sólo atiné a decir:
– No entiendo que debo hacer. Por favor, dígamelo.
El viejo asqueroso, con voz babosa contestó:
– Decime que querés que te coja por todos los
agujeros. Decilo bien convencida, bien caliente. Y cambiate de ropa
ya. Ponete algo bien insinuante, como cuando te vestís para tu
marido. Soy muy fetichista.
Me soltó un poco y cuando me dirigía al
dormitorio, se acercó a la mesa, donde aún estaban los cubiertos.
Tomó un cuchillo y agregó:
- No se te ocurra hacer nada raro. De última,
también me excitan los “pichoncitos”, como los que tenés
durmiendo ahí. Preparate bien para rogar y mejor será que me sigas
excitando, con sólo verte. Puedo cambiar de opinión en cualquier
momento y terminar en una carnicería.
Se me erizó la piel. Cundí en pánico. Además de
ebrio, era un verdadero degenerado y capaz de hacernos daño a mí y
a mis hijos. Estábamos a su merced. Como autómata, fui a mi
habitación. Tratando de no pensar, seleccioné un conjunto de
lencería, color blanco, que no usaba hacía tiempo, porque me
quedaba demasiado estrecho. La tanguita, se metía en el culo
quedando dos tiritas a los costados y el corpiño, no me tapaba media
teta. En la parte superior, la casaca de un baby-doll negro de
encaje, abierto que sólo se cerraba en el cuello con un lazo.
Felizmente, los chicos, dormían plácidamente. Entreabrí la puerta
y le dije que estaba lista. El viejo, abrió los ojos como naranjas,
al verme así. Traía un paquete grande en la mano y un vaso de vino,
que dejó en la mesa de luz. Sacándose la camisa, me pidió que lo
abrazara e hiciera lo que me había pedido. En cuanto le rodee por el
cuello, empezó a tocarme por todos lados, mientras me besaba el
cuello, con tal avidez, que me marcó. Me decía al oído, que lo
enloquecía. Comenzó a tocarme el culo. Corrió un poco la tanguita,
que tenía metida dentro de la raya y me metió un dedo, con tanta
violencia y profundamente, que me hizo gritar. Me tapó la boca,
cuando grité, diciéndome que despertaría a los chicos. Me costaba
aguantarlo, hasta el aliento era horrible. Me soltó y sorbiendo
vino, me pidió que me agachara, con el culo apuntándole. Muerta de
miedo, me apoyé en la mesa de luz, tal como lo pedía. Su bulto, se
apoyó en la entrada de mi culo y empezó a refregarse contra él,
mientras, metía sus asquerosas manos, por dentro del estrecho
corpiño, estrujándome los pechos. Lenta, muy lenta y metódicamente,
fue descendiendo con sus manos, siguiendo mis contornos, mientras
lamía toda mi espalda, hasta llegar a la tanguita.
Corrió la bombacha a un costado y me abrió los
cachetes. Sentí su lengua, pasar por la raya del agujero, recorrer
los lados, introducirse y salir muy rítmicamente. También una mano
que acariciaba los labios de mi vagina, introduciendo y sacando lo
que al principio fue un dedo y luego, perdí la cuenta. Sin
proponérmelo, me estaba lubricando espontáneamente. Me estaba
excitando, probablemente porque no lo veía. No aguanté y lancé un
leve gemido. No deseaba sentir, pero, con su maestría, lo estaba
logrando. Casi sin darme cuenta, me incorporé un poco y abrí las
piernas, llevando mis nalgas más hacia arriba y afuera. Como
respondiendo a mi mudo reclamo, enterró su cara allí. Abrí aún
más las piernas. Deseaba sentir enterrada, esa lengua, que conocía
muy bien su oficio. No podía controlar mi calentura y arranqué la
tanga, ofreciéndome aún más. Siempre detrás mío, se desabrochó
el pantalón. Ahora era su pija, la que recorría toda la raya de mi
culo. Tuve la sensación de que era de un tamaño muy considerable,
tal vez, por lo dura que estaba. Levé mi mano hacia atrás y la
agarré. La cabeza era desproporcionada, en relación al tronco, pero
no la veía todavía. Al viejo no le faltaba experiencia para
calentar mujeres, no había dudas. Mi éxtasis superaba todo pudor.
Quería, deseaba, entregarme a las sensaciones placenteras que vivía.
Me dio vuelta , me tomó con ambas manos de la cintura y me besó en
la boca. Ya ni asco sentía. Fue cuando pude ver la pija. Parecía un
hongo. El tronco era normal, pero la cabeza era tremendamente grande.
Me dije que, mi falta de experiencia, no me permitía imaginar, que
existían algunas con proporciones tan particulares. En comparación,
la de mi marido, era chica. Supuse que podía molestar, pero ver esa
cabezota colorada y súper hinchada, me enardeció aún más, si es
que era posible.
Repentinamente, estiró la mano hacia el paquete que
había traído. Contenía, un aparato, negro, inmenso, con la forma
de un pene. Socarronamente, me dijo que era el “invitado especial
para mí”. Que a mi colita, le iba a encantar y me haría sentir
como si estuviera con dos hombres y no uno. La sola idea, me hizo
volver a la realidad, enfriándome repentinamente. Quise protestar,
decirle que era demasiado con la suya, pero me miró amenazante y me
callé.
- Así me gustan, dóciles y siempre dispuestas a
ensayar lo nuevo- dijo-, mientras me quitaba el corpiño y me
recostaba en la cama.
Me chupó las tetas como un bebé. Me pedía que le
diera leche, apretando y mordiendo mis pezones, succionando con tal
fuerza, que me dolían. Simultáneamente, dos dedos hurgaban mi
vagina, provocándome el primer orgasmo de la noche. Recogió mi
bombacha destrozada, la olió y la chupó mirándome a los ojos.
Tomó, un pote de un gel transparente, que también había traído y
siempre mirándome a los ojos y pidiéndome que lo mire, untó toda
su pija y la entrada de mi vagina. Se acostó encima mío y delirando
de deseo, abrí bien mis piernas. Sabía que iba a ser difícil, dar
paso a esa cabezota dentro mío, pero la quería sentir. Después de
besarme y chuparme el cuello con violencia, diciéndome cosas
obscenas, apuntó su deforme miembro a la entrada y comenzó a
empujar. No entraba y me comenzaba a doler la invasión. Traté de
sacarla, le pedí, pero por toda respuesta, recibí una puteada,
diciendo que me iba a romper toda, que nunca olvidaría esa noche.
Creí reventar, cuando la cabeza comenzó a abrirse paso para entrar.
Suspiré, grité. Me abofeteó. Aprovechó que me aflojé, para
meterla hasta el fondo. Era como un desgarro, me dolía, ardía Mi
expresión de dolor, pareció excitarlo más. Aumentó la velocidad
de las embestidas No dejaba de mirarme y su rostro se desfiguraba. El
viejo repugnante, gozaba como loco viéndome y sintiéndome sufrir.
Musitaba inmundicias y repetía que, marido le tendría que dar las
gracias, por devolverle una mujer bien domadita y toda rota. Tras un
terrible empujón, la dejó un rato clavada, “para que me
acostumbre”, según dijo. Respiré hondo, me relajé un poco y
efectivamente, mi vagina se fue acostumbrando. Lo tomé de la cintura
y comencé a moverme, con la esperanza que acabara enseguida. Pero
era de largo aliento. Me tuvo, una eternidad bombeándome. Yo subía
y bajaba, al mismo compás, para amortiguar un poco sus embestidas.
Por fin, sentí el líquido caliente dentro mío. Sentí alivio, la
pesadilla había concluido, aunque estaba muy dolorida y apenas podía
caminar. Cuando volví del baño, previo pasar por la habitación de
mis hijos, para cerciorarme que seguían dormidos, el viejo estaba
con el terrible aparato en su mano. Me besaba, mientras me ponía
boca abajo y decía:
– Ahora, es el turno de mi amiguito, en tu hermosa
colita.
Colocó la almohada, bajo mi cadera, para que el
culo quedara bien parado. Me puso mucho gel en el agujero con dos
dedos. Se tomó su tiempo, pese a mis quejas, para dilatarlo. Con
pánico, sentí como comenzó a meter el aparato. Imposible no
gritar, cuando eso abrió mi culo para introducirse. El viejo hijo de
puta, mientras me rompía el culo, se masturbaba, emitiendo gemidos
de placer. Era terrible. Sentí necesidad urgente de ir al baño. Se
lo dije, pero metiendo más, esa monstruosidad, replicó:
– Hacete encima, si podés. con este lindo tapón.
Rompí la sábana, con las uñas de las manos,
cuando lo terminó de meter, de un golpe. Con los dientes, mordía la
otra almohada, para soportar sin gritar. El dolor era insoportable. A
las ganas de defecar, se sumó la sangre que corría por mis piernas
dormidas. Era un verdadero calvario. Y el viejo, se reía mientras se
pajeaba. Comenzó a meterlo y sacarlo, cada vez más impulsivamente,
mientras me decía:
– No sabes qué hermoso está quedando el
agujerito. Entra mi brazo ahí dentro.Y largó una carcajada.
No puedo calcular cuanto estuvo metiendo y sacando
eso. Hasta que lo sacó y me metió su pija. La cama, parecía a
punto de romperse, de los empujones del viejo, clavándome el culo.
Me cabalgaba tempestuosamente, tirándome de los cabellos, con tal
rudeza, que temí me rompiera el cuello. Me llamaba yegua y me
trataba como tal. Me cogía y me insultaba. Marcó mis nalgas de
tanto golpearlas y apretujarlas, como si las abriera y cerrara. Al
acabar, me tuvo clavada un rato, hasta que la sacó. Estaba exhausta,
transpirada, dolorida, pero alcancé a ver que iba a higienizarse. Al
salir, sin más, se vistió. Se rió con una risa depravada, como el
hijo de puta que era. Luego, me dio un beso en la frente y me ordenó
que, al día siguiente, consiguiera con quien dejar los chicos y
fuera a su casa. Me recordó que ahora tenía algo más para
presionarme. Podía contar todo a mi esposo. Tardé en pararme para
ir al baño, era intenso el dolor. Sangraba mucho por el ano. Lloré
y y no dejé de lavarme hasta que la hemorragia pasó.
Al día siguiente, hice los arreglos necesarios y
fui a su casa, por la noche. Me recibió tan ebrio como el día
anterior y me acometió de inmediato. De pie, apoyándome contra un
mueble, me metió por delante y detrás, el enorme aparato. Luego,
riendo, me preguntó si alguna vez había estado con dos tipos y
empezó a cogerme por ambos lados, al unísono, usando su pene y el
monstruoso aparatejo. Estuve toda la noche con algo dentro mío, el
aparato, la pija del viejo o ambos a la vez. Tres días antes del
regreso de mi esposo, las cosas se pusieron peor. Llevé los chicos a
la casa de una pareja amiga. El viejo, había dicho que vendría a
las 10 de la noche. Que lo esperara, como yo sabía que debía
hacerlo, es decir, bien provocativa. Apareció con otro viejo. Era el
jefe de mi marido. Un tipo morrudo, falto de modales, tanto para
hablar como para moverse. Quise quejarme y el “jefe” me dijo que
me callara. Que al fin de cuentas, era una buena puta, que me había
regalado, a cambio de trabajo para mi marido y que, de continuar
siéndolo, dependía el futuro de Alberto. Me estaba chantajeando.
Pensé rebelarme, pero tuve que admitir que algo de razón tenía. Al
fin de cuentas, desde el primer día, gocé con el baboso, gracias a
su arte y aunque sufrí, en los días subsiguientes, me había
acostumbrado y hasta disfrutado con él. De pronto, todo como en un
flash, recordé el cuchillo, la amenaza sobre mis hijos y grité:
- Noooo!!!! Este hijo de puta – señalando a
Braulio – me obligó a todo, cuchillo en mano.
Ambos rieron y dijeron que era un poco tarde para
arrepentirse. Braulio, agregó que tanto entusiasmo mío, había
despertado la curiosidad de su amigo. Que mejor me relajara y
disfrutara. Que ya quedaban pocas “sesiones” y mucho por aprender
y que si no me sentía contenta de que haya traído un “consolador
natural”. Luego, con una sonrisa burlona, agregó:
- ¿No me dirás que no te gustó el “juguetito”
?. Me di por vencida. Ahí estaba, sola con ambos.
No me desvistieron. Tras manosearme de pie, me
hicieron arrodillar y chuparle la pija al jefe, muy cómodamente
sentado. Braulio, por detrás y alzando bien mis nalgas, comenzó a
cogerme por el culo, sin siquiera lubricarme mínimamente, tan
acostumbrada estaba ya a recibirlo. Me dolió y mucho. La metió de
una vez, pero no podía gritar. Mi boca estaba totalmente ocupada. El
“jefe”, me hacía ahogar, tan profundamente metía su pene largo
y fino, entre mis labios. Cada vez que el otro, embestía por el
culo, me empujaba hacia delante. Tenía arcadas, náuseas, pero nada
podía hacer. Sólo soportar y esperar. Esta vez, ninguna excitación
sentía. Sólo asco, incluso de mí misma. Braulio acabó. Se
incorporaron y me hicieron parar. El otro, me puso contra la pared y
me la metió, de un empujón, en la vagina. Creí que, me rompería
la espalda, de cómo me daba. Me dolía todo el cuerpo. Sus
movimientos eran muy bruscos, violentos. Era evidente que sólo
deseaba poseerme y dañarme, como para dejar su huella en mi Braulio
colaboraba, sosteniéndome las piernas bien en alto y rodeando el
cuerpo de su amigo, mientras mi cabeza y cuerpo, daban contra la
pared. Acabó dando un grito, que pareció un alarido feroz y se
desplomó. Braulio, volvió a mi culo, su única obsesión. Me
flexionó la cintura, contra la mesa y a enterró de tal manera que
grité como nunca. Mientras me agarraba bien, por la cintura,
golpeaba mis nalgas con saña. Para acentuar mi calvario, su amigo,
agarró mis pezones. Los pellizcaba y tiraba de ellos, pidiéndome
que soltara la leche. Braulio, gritaba que sí, que les diera todo,
que quería sentirme bien mojada, mientras introducía dos sucios
dedos en mi vagina. Como notó mi sequedad, me golpeó más fuerte en
la ancas y gritó:
- Puta, te quiero bien caliente, chorreada y
rogando….
Sus expresiones, motivaron al “jefe”, quien de
inmediato, colocó su pene entre mis labios, para que se lo chupe.
Como no podía hacerlo, en esa posición y sufriendo tal dolor, me
tomó de los cabellos y de un tirón, forzó que abriera la boca.
Ambos se fueron casi a la par. Me pidieron que les sirviera algo de
beber, pese a que no podía caminar y uno de mis pechos, sangraba.
Tuve que hacerlo. Bebieron de una vez sus tragos y me pidieron que
los acariciara, para “devolverles la vida”. No quería, ni podía
hacer nada. Me desplomé en el sillón, llorando, no se si de dolor,
impotencia o ambas. Fue un error. Era evidente que ambos eran sádicos
y el sufrimiento los estimulaba. Con sorna, comentaron que “había
que mimarme” y pronto me estaban abriendo bien las piernas y
embadurnándome con gel por delante y detrás, mientras, me
chuponeaban todo el cuerpo, a medida que me quitaban toda la ropa.
Braulio se acostó boca arriba, en el mismo sillón y me puso encima
de él. Yo subía y bajaba rápido, esperando que acabara pronto,
cuando recibí una gran “lección”. Su compañero me tiró bien
para adelante y de pronto tenía ambas pijas en mi vagina. Por si
poco fuera, el “juguetito”, se abría paso por mi ano. No estaba
doblemente, sino triplemente penetrada. Era el acabose. Ni gritar
podía, tal era el dolor y la tensión en todo mi cuerpo. Tampoco
podía relajarme. Sólo sufrir. Comprendí, al fin, lo que se siente
ser violada. Como aguantaba y nada decía, me preguntaban si quería
más y arremetían más violentamente, moviendo el consolador, al
mismo ritmo de ellos. Cuando logre gritar, los complací. El jefe,
tomó el lugar del consolador y acabaron casi juntos, desbordándome
de semen por ambos agujeros. Los dos días que quedaban antes del
arribo de Alberto, estuve en cama. Dije que, aparentemente, tenía un
problema en la columna, tanto me dolía. Mi marido trabaja, estamos
al día con los gastos y podemos ahorrar.
Cada tanto, lo mandan en comisión afuera, para
agarrarme entre los dos viejos y cogerme.
Todavía estoy pagando el precio, por “tanta
tranquilidad”.
©
gran relato !! muy bueno !! gracias por tus relatos !!
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